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Andiamo avanti



En diciembre comencé a trabajar como barista en un bar-café que está justo al lado de mi casa. Ese café era parte de mi rutina diaria: el plan siempre era ir, tomar algo, picar y conversar. Sandra y yo llevábamos tres meses yendo allí, y con el tiempo, se convirtió en un lugar lleno de historias.

Un día decidí acercarme y preguntar por trabajo. Hablé con la dueña, a quien llamaremos Bárbara, y fui muy directa: le dije que buscaba empleo, que no tenía experiencia como barista y que mi italiano era muy básico, casi nulo. Sin embargo, también le aseguré que aprendía rápido y que tenía mucha disposición.

Días después, Bárbara me llamó para una entrevista con ella y su pareja, a quien llamaremos Scrooge. Hasta la fecha, no tengo claro qué tipo de relación personal tienen fuera del trabajo. Scrooge es el hijo de los dueños del café, por lo que Bárbara, en realidad, es solo la administradora, mientras que él es “el capo”.

A Sandra también la citaron ese día. Acordamos que yo comenzaría de inmediato y ella después de las fiestas de Navidad. Y así fue.

Recuerdo que el primer día estaba muy nerviosa. Tenía que aprender algo completamente nuevo y, además, defenderme en un idioma que aún estudio. Mi primer café se lo entregué a un señor de entre 60 y 70 años. Coloqué el plato y la cuchara, limpié el manómetro, lo puse en la máquina, lo sellé y lo coloqué en el grupo. Luego esperé de 15 a 20 segundos mientras se llenaba la taza. El señor me dejó un euro con veinte céntimos. Fui a la caja, saqué su recibo y se lo entregué. Y así comenzó mi jornada: caffé, marocco, latte macchiato, caffè ginseng…

Al final del día, seguía nerviosa. Había muchas cosas que aún debía aprender, pero me esforcé en memorizar cómo se preparaba cada bebida. Al terminar la jornada, Bárbara me dijo que iría a trabajar al café que tenían en el pueblo vecino. Desde esa semana, mi jornada sería de 8:00 a 16:00, aunque con el tiempo, el horario fue variando.

Antes de continuar, Sandra y yo habíamos acordado algunas condiciones con Bárbara. El salario sería de seis euros por hora, trabajamos seis días a la semana y un día de reposo. Nos dijo que pagaría esa cantidad porque no hablábamos el idioma y no teníamos experiencia. Ambas aceptamos, ya que necesitábamos un trabajo y, por supuesto, el dinero. Tendríamos un contrato, pero recibiríamos parte del sueldo en cuenta y otra cantidad en negro.

Al día siguiente, empecé en el café del pueblo vecino, donde me esperaba una chica, a quien llamaremos Luna. Ella llevaba un año trabajando allí y tenía mucha experiencia. Básicamente, me entrenó y le agradezco todos los consejos que me dio porque me sirvieron mucho para desenvolverme en el trabajo.

Al comenzar, me costaba entender lo que me pedían. No sé si era por mi desconocimiento del italiano, por no estar familiarizada con los pedidos o por ambas cosas. Poco a poco fui cogiendo el ritmo, y junto con otras dos  de mis compañeras, Yolanda y Río, nos fuimos acoplando como equipo.

Al principio, estaba muy feliz. Siempre quise aprender esta profesión, y aunque ha sido un reto, me siento satisfecha con mi desempeño. Sin embargo, con el tiempo, algunas actitudes comenzaron a cambiar.

Bárbara solía preguntarle a Luna sobre mi desempeño. No sé qué tipo de feedback le dio, pero noté un cambio en su actitud. Al principio, Luna era abierta y agradable conmigo. Me advirtió sobre ciertos clientes problemáticos y sobre los comportamientos de Bárbara y Scrooge. Me contó que antes de mi llegada, algunas chicas habían sido víctimas de abuso verbal por parte de ellos. Sin embargo, también me dijo que prefería no “contaminarme” con esa información, y dejó ese tema ahí. Ella también se quejaba de muchas cosas, pero siempre decía: - Prefiero no continuar, eres nueva.

Días después, me soltó otra bomba: “Me enviaron a entrenarte porque yo me voy. Haz como si yo no estuviera aquí”. Lo curioso es que ella sigue trabajando allí hasta la fecha.

Scrooge me tenía entre sus favoritas y lo dejó claro frente al equipo. Decía frases como: “Ella es mi favorita” o “¿Y mi favorita?”. Yolanda bromeaba: “Es que le gustan tus ojos”. A partir de ahí, la relación con Luna cambió.

De repente, parecía que me odiaba. Me empujaba, no me dirigía la palabra y, lo peor, me culpó de que en la caja se había colado un billete falso. Ese día yo había estado toda la jornada en la cocina, y solo estuvieron ellas dos en la caja. Cuando Yolanda se dio cuenta del billete falso, llamó a Luna, y lo más fácil para ella fue culparme a mí.

Claramente, me molesté porque sabía que no era cierto. Durante semanas, fui su blanco fácil. Salía agotada, tanto física como mentalmente. Agradecí, en parte, que me culparan, porque eso significó que pasé más tiempo en la cocina y menos con ella.

Sandra y yo llegamos a la conclusión de que Luna estaba celosa. Creemos que tenía algo con Scrooge, por la forma en que él la tocaba y ella reaccionaba. Scrooge intentó el mismo comportamiento conmigo. Al principio, yo llevaba camisas anchas que me había prestado un amigo, pero poco después, me dijo que me daría unas más ajustadas al cuerpo, a pesar de que mis compañeras usaban camisas normales.

Afortunadamente, Yolanda me defendió en varias ocasiones. Me protegía de los clientes ebrios y maleducados. Era frustrante no poder responderles cuando me insultaban, y aún más difícil ver que ella recibía esos insultos por ayudarme. En una ocasión, le tiraron dinero en la cara solo por defenderme. Los insultos eran terribles: “Cállate”, “Negra”, “Estamos en Italia, regresa a tu país”.

Yolanda llevaba un año trabajando allí. Era madre de tres hijos y estaba en proceso de divorcio. Después de un año de contratos temporales, un día la mandaron de vacaciones por una semana y, al volver, la despidieron sin justificación.

Hubo un día en que salí realmente agotada. Me pregunté: “¿Qué estoy haciendo aquí? No solo en el café, sino en Italia”.

Me sentía una impostora, no por mi trabajo, sino por todo lo que tenía que soportar a diario.

Finalmente, mi relación con los clientes hostiles y con Luna mejoró. Decidí enfocarme en mi trabajo y en aprender el idioma. 

Una tarde, mientras esperaba el tren para volver a casa después de un día difícil, como de película llorando en la estación del tren, Bárbara me llamó a eso de las ocho o nueve de la noche. Me dijo que tenía que ir a trabajar al día siguiente. Le recordé que habíamos acordado que los lunes serían mis días libres. Le digo: Pensé que mañana sería mi día libre. Su respuesta fue: —¿Pensaste? Tú no tienes por qué pensar. Tienes que hacer lo que yo te diga. Al final, conseguí mi descanso.

Scrooge seguía con sus comentarios inapropiados. Unos días antes de irme, lo vi tomando fotos de unos cócteles y le pregunté si eran para Instagram. Me respondió con una sonrisa: - No, para U p0rn.

La gota que colmó el vaso fue cuando me culpó injustamente de un desorden en la cocina. Río salió en mi defensa y dejó claro que yo no había estado allí esa semana. Scrooge, molesto, le pidió que me tradujera porque según él, “yo no entendía nada”. Le respondí en italiano: —Te entiendo perfectamente.

Al día siguiente, supe que había llamado a Río para decirle que yo “no estaba entendiendo”. Ella simplemente le respondió: —Ella entiende todo. Quizás no se comunica perfectamente, pero los entiende. Al parecer, Scrooge esperaba que yo reaccionara de manera agresiva, como Luna y Yolanda lo habían hecho antes. Pero no le di el gusto.

Pasaron los días y no encontraban una forma de hablarme sin tratarme, básicamente, como si fuera estúpida. No soy una persona a la que le guste la confrontación; siempre mantengo una actitud de respeto y soy bastante diplomática. Había decidido que, al terminar mi contrato, no volvería allí. El día que echaron a Yolanda sin justa causa, habíamos tenido esa conversación por la mañana mientras trabajabamos. Le comenté que había decidido irme por el ambiente laboral y que me daba mucha pena porque disfrutaba el trabajo y ya había tomado el ritmo de las cosas. Ella me dijo que era lo mejor que podía hacer por mí y que encontraría algo mejor. Esa noche recibí un mensaje de ella, en el que me contaba sobre su despido y me advertía que estuviera atenta porque Bárbara planeaba hacer lo mismo conmigo.

En el contrato había un apartado sobre el preaviso en caso de dimisión voluntaria, el cual era de dos días. También había otra cláusula que permitía al empleador despedir en cualquier momento sin pagarte. Al despertar y leer el mensaje, ya no tenía ni un solo motivo para seguir perdiendo mi tiempo en ese trabajo. El lunes le escribí a Bárbara para informarle que finalizaba mi relación laboral con ellos a fin de mes. No me respondió. Unas horas después, llegué al bar y le comenté la situación cara a cara. Me dijo que debía darme de baja en un sistema porque, de lo contrario, tendría que pagar por aquellos días en los que no asistiría. Básicamente, me acusaba de incumplir el contrato. Bueno, démosle la razón a Bárbara. Lo curioso es cómo, de repente, pasamos a seguir el contrato y la ley al pie de la letra, cuando claramente nunca se había trabajado de esa forma. En realidad, lo que quería era fastidiarme por no darle el gusto de echarme sin causa y sin pagarme nada. Al día siguiente, tramité el documento. Bárbara estaba acostumbrada a este tipo de situaciones, o al menos eso pienso. La dimisión voluntaria debía hacerse de forma online, y para ello pedían datos personales y certificados electrónicos. Este procedimiento lo cobran en el patronato por unos 20 a 30 euros, si tienes suerte. De lo contrario, te cobran por sacar el SIP, el CIE y otros documentos, con precios similares. Así, un trámite sencillo ya te ha costado 60 euros, sin contar el estrés de las filas y la falta de información sobre el proceso, que, en teoría, podrías hacer por tu cuenta.


¿Y todo esto qué?

Empecemos por los datos, los inmigrantes en Italia representan aproximadamente el 10.78% de la población total, equivalente a 6.386.998  personas. De este grupo, alrededor de 2.423.000 son empleados extranjeros, el 10.5% de todos los empleados en todo el país. Esto indica que alrededor del 38% de los inmigrantes italianos están ocupados legalmente. Cabe señalar que, aunque una parte importante de los inmigrantes están involucrados en el mercado laboral oficial, también existe una cantidad significativa de operación en anormalidades o sin contratos. Estimaciones anteriores muestran que hasta el 40% de los inmigrantes pueden estar ocupados sin contratos laborales, lo que refleja problemas continuos en las regulaciones y protege los derechos laborales de esta población. Además, los inmigrantes en Italia contribuyen significativamente a la economía nacional, lo que representa aproximadamente el 12% de los productos nacionales del país nacional (PIB).

¿Y esto qué? A pesar del aporte a la economía, muchos inmigrantes en Italia enfrentan precariedad laboral y explotación. Mi experiencia como barista refleja esta realidad: bajos salarios, contratos irregulares y despidos arbitrarios son prácticas comunes que evidencian la falta de protección laboral para los trabajadores migrantes.

Te lo detallo: 

1. Explotación laboral y precariedad: El pago de seis euros por hora es bastante bajo, incluso con la justificación de que “no habláramos el idioma y no tener experiencia”. Además, el hecho de recibir parte del salario en negro es una práctica ilegal que perjudica al trabajador, ya que limita su acceso a beneficios como seguridad social, pensión y estabilidad laboral. Sin contar la práctica ilegal en sí de no declarar el dinero correcto ante el Estado. Los contratos temporales y la falta de estabilidad también son señales de precariedad. El despido injustificado de Yolanda, después de un año trabajando en condiciones irregulares, demuestra la facilidad con la que los empleadores pueden deshacerse de los trabajadores sin consecuencias.

2. Discriminación y racismo laboral: Los insultos racistas y xenófobos por parte de clientes (“Negra”, “Regresa a tu país”) son inaceptables. Sin contar los que me habían dicho a mi, y que claramente no entendía por la barrera del idioma. Pero lo peor es que la empresa no parece tomar medidas para proteger a sus empleados. En un ambiente laboral saludable, la administración debería intervenir y tener políticas claras para evitar el abuso por parte de clientes o compañeros. Además, el trato diferencial entre trabajadores (como la exigencia de ropa ajustada solo a mi) sugiere un componente de sexismo y favoritismo, que puede derivar en situaciones incómodas o de acoso.

3. Abuso de poder y ambiente tóxico: Scrooge y Bárbara ejercen un abuso de poder evidente. Desde comentarios inadecuados hasta exigencias fuera del acuerdo laboral, crean un ambiente de trabajo tóxico. La frase de Bárbara: “Tú no tienes por qué pensar, solo hacer lo que yo diga”, es una clara muestra de una mentalidad autoritaria y explotadora. El favoritismo de Scrooge y su insistencia en comentarios personales y de apariencia también reflejan un problema de falta de profesionalismo. Además, su comportamiento con otras trabajadoras sugiere que este tipo de dinámicas no son nuevas en el lugar.

4. El papel de la migración en la vulnerabilidad laboral: El hecho de ser migrante, no hablar el idioma con fluidez y no tener experiencia previa hace que los trabajadores sean más vulnerables a la explotación. Los empleadores lo saben y se aprovechan de ello. Muchas veces, los migrantes aceptan (aceptamos) trabajos en condiciones injustas porque necesitan (necesitamos) estabilidad económica, regularizar su situación o simplemente sobrevivir. El caso de Yolanda es un claro ejemplo: llegó joven, tuvo hijos y se encontró en una situación donde dependía del trabajo para mantener a su familia. Esto la hizo más vulnerable ante la explotación y el despido arbitrario.

Aunque una parte considerable de los inmigrantes en Italia trabaja legalmente y contribuye de manera notable a la economía, aún persisten desafíos relacionados con el empleo irregular y la plena integración laboral de esta población.

Para mí, esta experiencia también significó un punto de validación personal. Me enseñó a confiar en mis capacidades y a darme el reconocimiento que a veces otros no estaban dispuestos a darme. Sabía que estaba haciendo un buen trabajo: investigaba cómo lograr la leche perfecta, saber cuando el café salía malo, y a lo que ellos llaman “agua sucia”, buscaba ideas de aperitivos que pudieran gustar tanto a mis compañeras como a los clientes. Me esforzaba, y eso me hacía sentir orgullosa, aunque a veces el esfuerzo pareciera invisible para algunos. 

Pero no todo fue malo. Al igual que había clientes hostiles que parecían descargar sus frustraciones en mí, también estaban los amigables, esos que sin darse cuenta me recordaban por qué valía la pena lo que hacía. Aquellos que me decían “gracias”, “por favor”, “ten un buen día” o “buen trabajo”. A quienes recordaré por sus caras y sus pedidos habituales, los que, con un gesto simple, me hacían sentir valorada. Algunos me tiraban besos en el aire o me dejaban flores hechas con servilletas, pequeños detalles que llegaban justo después de que algún maleducado me hubiera tratado mal, como si el universo se encargará de equilibrar un poco las cosas. También estaban los que venían a hablarme sin que yo pudiera entenderles al principio, pero se quedaban ahí, con una sonrisa paciente, como si el idioma no fuera una barrera sino un puente. Aprendí a comunicarme más allá de las palabras, a leer gestos, miradas, tonos de voz. Y, de alguna manera, ambos disfrutábamos de la compañía, demostrando que a veces el entendimiento no está en lo que se dice, sino en la intención con la que se dice. 

Esta experiencia me enseñó que el esfuerzo no siempre se recompensa de la manera que esperas, que no todos van a valorar lo que haces y que, a veces, recibirás menos de lo que mereces. Pero también me enseñó que incluso en los entornos más difíciles hay luz, que hay personas que, con un simple gesto, pueden hacer que un mal día no lo sea tanto. Y supongo que así es como crecemos: aprendiendo a soltar lo que no vale la pena y aferrándote a lo que sí.

Comunque, andiamo avanti ragazzi. 



Referencia

Ministerio de Trabajo y Economía Social de España. “Italia: Presentación del Dossier Estadístico Anual sobre Inmigración”. Recuperado de:  https://www.mites.gob.es/ficheros/ministerio/mundo/revista_ais/228/248.pdf

El Observador. “Italia: Miles de inmigrantes son sometidos a la explotación y el abuso laboral, según un estudio”. Recuperado de:  https://www.elobservador.com.uy/nota/italia-miles-de-inmigrantes-son-sometidos-a-la-explotacion-y-el-abuso-laboral-segun-un-estudio-2022729161435Organización Internacional para las Migraciones (OIM). “Nuevas estadísticas sobre migración en Italia reflejan un impacto extraordinariamente positivo”. Recuperado de:  https://www.iom.int/es/news/nuevas-estadisticas-sobre-migracion-en-italia-reflejan-un-impacto-extraordinariamente-positivo

 
 
 

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