¿Qué pasa con la migración en Europa?
- Laura Isabella Meza cala
- 27 may
- 4 Min. de lectura

Hace poco tuve la oportunidad de visitar a una de mis grandes amigas de la infancia que ahora vive en Alemania, específicamente en Osnabrück. Hace cuatro años decidió emigrar y comenzar una nueva vida allí.
Mi llegada fue al aeropuerto de Weeze. Desde ahí tomé un bus que me dejó directamente en la estación de tren de Düsseldorf. Apenas descendí del bus, algo me llamó profundamente la atención: una gran cantidad de personas —muchas evidentemente migrantes, y quizás también locales— dormían o vagaban por las calles en condiciones precarias. Esta escena, que antes parecía excepcional, ahora se repite con frecuencia en muchas ciudades de Europa.
Llevo cinco años viviendo en el continente y, tal vez por estar creciendo o porque ya es imposible no notarlo, empecé a prestar más atención a estos cambios. Recuerdo cuando visité a mi hermano en Oslo, en diciembre de 2019: se sentía una paz casi irreal, como si uno viviera en una burbuja de bienestar. Hoy, esa burbuja parece tener grietas cada vez más visibles, sobre todo por el aumento de la pobreza en sectores habitados, mayoritariamente, por población migrante. No solo me impacta la precariedad en la que viven muchas de estas personas. También me hace pensar en cómo la sociedad local observa esta situación. En medio de tanta desinformación y con una empatía cada vez más ausente, los discursos de odio, racismo y xenofobia encuentran terreno fértil. No es casualidad que los partidos más conservadores se apoyen en estos relatos para reforzar su agenda política.
Entonces, ¿qué está pasando realmente con la migración en Europa?
Tuve esta misma conversación con mi prima Sandra hace poco, y también con mi amiga en Alemania. Sandra, quien migró a Estados Unidos, me decía que le sorprendía ver estas imágenes en Europa. Le respondí algo que resume mi punto de vista:
"Es una migración diferente. Aquí, en muchos casos, la gente huye de guerras, persecuciones, situaciones extremas. Se trata de una cuestión de vida o muerte. En Estados Unidos también existen casos así, pero es más común ver migración por razones económicas o familiares. Cuando tú migraste, no lo hiciste por necesidad urgente o por temor a perder tu vida, sino para mejorar tu calidad de vida y estar más cerca de tu familia."
Lo cierto es que existen distintos tipos de migración, cada uno con sus complejidades y desafíos. No todas las personas migran por las mismas razones, y eso también afecta la forma en que se integran a sus nuevos entornos. Este fenómeno es multicausal, estructural y de larga data. Y para entenderlo mejor, es importante distinguir los diferentes tipos de migrantes que existen.
Por un lado, están los migrantes económicos, personas que se trasladan voluntariamente en busca de mejores condiciones de vida. Suelen dejar sus países de origen con la esperanza de acceder a empleo, estabilidad financiera o educación. No provienen necesariamente de zonas en conflicto ni enfrentan un peligro inmediato. Por ejemplo, un joven marroquí que viaja a España para trabajar en la construcción, o un ingeniero indio que se muda a Alemania por una oferta laboral. Estas personas no tienen derecho automático al asilo, pero pueden acceder a visados de trabajo, estudio o residencia.
En contraste, los refugiados o solicitantes de asilo emigran por necesidad urgente. No lo hacen por elección, sino porque su vida corre peligro. Huyen de guerras, persecución política, religiosa, étnica o por su orientación sexual. Estas personas buscan protección internacional amparadas por la Convención de Ginebra. Un sirio que escapa de los bombardeos o una mujer afgana amenazada por los talibanes son ejemplos claros de este tipo de migración. En estos casos, sí existe un derecho legal a solicitar asilo, y si la solicitud es aceptada, se les concede protección y residencia.
También están los migrantes climáticos o desplazados ambientales, un grupo cada vez más presente pero que aún no cuenta con pleno reconocimiento legal bajo el derecho internacional. Estas personas migran forzadamente debido a condiciones medioambientales extremas como sequías, inundaciones, desertificación o desastres naturales. Su entorno se vuelve inhabitable, como ocurre con muchos campesinos del Sahel africano desplazados por la desertificación. Aunque no están cubiertos por el estatuto de refugiado, existe una creciente presión por parte de ciertos países y organismos internacionales para reconocer su situación de forma oficial.
Por último, encontramos a los migrantes en situación irregular, también conocidos como “sin papeles”. Pueden pertenecer a cualquiera de las categorías anteriores, pero se encuentran fuera del marco legal migratorio. Por ejemplo, una persona que ingresa legalmente como turista pero permanece en el país una vez expirado su permiso. Estar en situación irregular no implica necesariamente un acto delictivo, pero sí significa enfrentar barreras importantes para acceder a derechos básicos, empleo formal o servicios sociales.
Sin duda, Europa está enfrentando una transformación profunda en su tejido social, y la migración es un tema central en este cambio. No se trata de cifras o estadísticas abstractas, sino de personas con historias, necesidades y sueños. El verdadero desafío está en cómo decidimos abordar este fenómeno: con miedo y exclusión, o con responsabilidad, empatía y políticas públicas justas. La migración no es una amenaza, sino una realidad humana inevitable en un mundo desigual, en guerra, y en crisis climática. Pretender contenerla con muros, leyes cada vez más duras o retóricas de odio solo evidencia la incapacidad de nuestras democracias para gestionar la diversidad con dignidad.
Detrás de cada persona migrante hay una historia de pérdida, de valentía o de esperanza. ¿Qué estamos haciendo como sociedad para escucharla, comprenderla y actuar con justicia?
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